miércoles, 2 de noviembre de 2016

Extractos de "Modos de Ver", de John Berger

Nota:
 Hace varios años, un ser humano sumamente singular me recomendó leer un libro llamado "Modos de Ver" para ampliar mi percepción en general, hoy agradezco haber obedecido la sugerencia, y particularmente retomarla hoy. Compartiendo con la esperanza de que a quien le interese sea de gran utilidad.


El presente está solo

 Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar. La realidad se hace visible al ser percibida. Lo visible es un invento.
 En los setenta, John Berger, en su programa de televisión, también titulado Modos de Ver, planteó cómo las formas de reproducción de las obras de arte, que en apariencia nos las acercan, podrían también falsearlas, descarnarlas incluso.
 En la serie, Berger se había atrevido a pasear la cámara por las salas de la National Gallery de Londres sin acompañarlas de ningún sonido ni texto. El espectador se enfrentaba, de hecho, a su propia reacción.

 El silencio de esas imágenes televisadas es más potente incluso que su forma o su color. Ese silencio llena de luz el acto mismo de la contemplación.

 Pasar la página es un acto voluntario para la persona que lee, en televisión, el espectador es reo de las decisiones de otros.

 Del pasado sólo quedan restos y literatura. En el presente, el pasado vive tan incorporado en Los embajadores de Holbein como en las Marilyn Monroe de Andy Warhol.
 Modos de Ver no sólo inaugura el presente continuo como el registro temporal propio de la contemplación artística sino que decanta este modo verbal en favor del espectador. Las artes y su historia han sido durante tanto tiempo propiedad privada de los historiadores del arte, que los espectadores han desviado sus intereses hacia otros ámbitos.


1

La vista llega antes que las palabras.

Explicamos nuestro mundo con palabras, pero éstas nunca pueden anular el hecho de que estamos rodeados por él. Todas las tardes vemos ponerse el sol. Sabemos que la tierra gira alrededor de él. Sin embargo, el conocimiento, la explicación, nunca se adecúa completamente a la visión. Magritte comentaba esta brecha entre las palabras y la visión en La clave de los sueños.



Lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que vemos las cosas. En la Edad Media, cuando los hombres creían en la existencia física del Infierno, la vista del fuego significaba seguramente algo muy distinto de lo que significa hoy.

La facultad del tacto es una forma estática y limitada de visión. Nunca miramos sólo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos.
El ojo del otro se combina con nuestro ojo para dar plena credibilidad al hecho de que formamos parte del mundo visible.
 La naturaleza recíproca de la visión es más fundamental que la del diálogo hablado.

Una imagen es una visión que ha sido recreada o reproducida. Es una apariencia, o conjunto de apariencias, que ha sido separada del lugar y el instante en que apareció por primera vez y preservada por unos momentos o unos siglos. Toda imagen encarna un modo de ver. Incluso la footgrafía. Cada vez que miramos una fotografía somos conscientes, aunque sólo sea débilmente, de que el fotógrafo escogió esa vista de entre una infinidad de otras posibles. Esto es cierto incluso para la más despreocupada instantánea familiar. El modo de ver del fotógrafo se refleja en su elección del tema.

 Nuestra percepción o apreciación de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver.

Las imágenes se hicieron al principio para evocar la apariencia de algo ausente. Gradualmente se fue comprendiendo que una imagen podía sobrevivir al objeto representado, podría mostrar el aspecto que había tenido algo o alguien, y por implicación, cómo lo habían visto otras personas.

Una imagen se convirtió en un registro del modo en que X había visto a Y. Esto fue el resultado de una creciente conciencia de la individualidad, acompañada de una creciente conciencia de la historia.

 Podemos afirmar con certeza que tal conciencia ha existido en Europa desde comienzos del Renacimiento.
 Con esto no queremos negar las cualidades expresivas o imaginativas del arte, ni tratarlo como una simple prueba documental; cuanto más imaginativa es una obra, con más profundidad nos permite compartir la experiencia que tuvo el artista de lo visible.

 Cuando se presenta una imagen como obra de arte, la gente la mira de una manera que está condicionada por toda una serie de hipótesis aprendidas acerca del arte. (Refiere a belleza, verdad, forma, gusto, posición social, etc.)

Éstas hipótesis oscurecen el pasado. Lo mistifican en lugar de aclararlo.
 La historia constituye siempre la relación entre un presente que lleva a la mistificación del pasado. El pasado es un pozo de conclusiones del que extraemos para actuar. La mistificación cultural del pasado entraña una doble pérdida; el pasado nos ofrece entonces menos conclusiones a completar con la acción.

 El arte del pasado está siendo mistificado porque una minoría privilegiada se esfuerza por inventar una historia que justifique retrospectivamente el papel de las clases dirigentes, cuando tal justificación no tiene ya sentido en términos modernos.

 La unidad compositiva de un cuadro contribuye mucho a la fuerza de su imagen.

 La perspectiva estaba sometida a una convención, exclusiva del arte europeo y establecida por primera vez en el Alto Renacimiento, que lo centra todo en el ojo del observador.
 La perpsectiva hace del ojo el centro del mundo visible. Todo converge hacia el ojo como si este fuera el punto de fuga del infinito. El mundo visible está ordenado en función del espectador, del mismo modo que en otro tiempo se pensó que el universo estaba ordenado en función de Dios.

 La contradicción inherente a la perspectiva era que estructuraba todas las imágenes de la realidad para dirigirlas a un solo espectador que, al contrario de Dios, únicamente podía estar en un lugar en cada instante.

Soy un ojo. Un ojo mecánico. 
Me libero hoy y para siempre de la inmovilidad humana. Estoy en constante movimiento.
 Libre de las fronteras del tiempo y el espacio, coordino cualesquiera y todos los puntos del universo, allí donde yo quiera que estén. Mi camino lleva a la creación de una nueva percepción del mundo. Por eso explico de un modo nuevo el mundo desconocido para vosotros. (
1923, por Dziga Vertov, director de cine soviético)

La cámara cinematográfica mostraba que el concepto del tiempo que pasa era inseparable de la experiencia visual (salvo en las pinturas). Lo ue veíamos dependía del lugar en que estábamos cuando lo veíamos.
 Ya no era posible imaginar que todo convergía en el ojo humano, punto de fuga del infinito.
 Todo dibujo o pintura que utilizaba la perspectiva proponía al espectador como ecntro único del mundo. La cámara - en especial la de cine- le demostraba que no era el centro.
 La invención de la cámara cambió el modo de ver del humano.  Y esto se reflejó inmediatamente en la pintura.
 Para los cubistas, lo visible ya no era lo que había frente a un sólo ojo, sino la totalidad de las vistas posibles a tomar desde puntos situados alrededor del objeto.
 Los cuadros eran parte integrante del edificio al que iban destinados.
 La cámara, al reproducir una pintura, destruye la unicidad de su imagen. Y su significación se multiplica y se fragmenta en numerosas significaciones.
 Gracias a la cámara, la pintura viaja ahora hasta el espectador en lugar de ser al contrario.

 Cabría argüir que todas las reproducciones introducen una distorsión mayor o menor, y que por tanto la pintura original sigue siendo única en cierto sentido.
 Después de verla, uno puede ir y contemplar el original para descubrir qué le falta a la reproducción.
 La unicidad del original radica en ser el original de una reproducción. Lo que percibimos como único ya no es lo que nos muestra su imagen; su primera significación ya no estriba en lo que dice, sino en lo que es.

¿Cómo se evalúa y se define su existencia única en nuestra actual cultura? Se define como un objeto cuyo valor depende de su rareza. El precio que alcanza en el mercado es el que afirma y calibra ese valor. Se dice que su precio en el mercado es un reflejo de su valor espiritual.
 Pero dicho valor sólo puede explicarse en términos de magia o de religión.
 Y como ninguna es una fuerza viva en la sociedad moderna, el objeto artístico, la "obra de arte" queda envuelta en una atmósfera de religiosidad enteramente falsa.
 Se estudia el pasado que las engendró para demostrar su autenticidad. Se las declara "arte" siempre que pueda certificarse su árbol genealógico.

[...] Sería un completo error desechar estos sentimientos por ingenuos. Se ajustan perfectamente a la sofisticada cultura de los expertos en arte, que son los verdaderos destinatarios del catálogo.
[...] Esta información [en el catálogo de la National Gallery, con respecto a La Virgen de las Rocas, de Da Vinci] implica años y años de investigaciones cuyo objetivo es aprobar que el cuadro es un Leonardo auténtico. Hay también un objetivo secundario: demostrar que el cuadro casi idéntico que se conserva en el Louvre es una réplica de la versión de la National Gallery. Los historiadores franceses intentan demostrar lo contrario.

[...] La falsa religiosidad que rodea hoy las obras originales de arte, religiosidad dependiente en último término de su valor en el mercado, ha llegado a ser el sustituto de aquello que perdieron las pinturas cuando la cámara posibilitó su reproducción. Su función es nostálgica.
 Si la imagen ha dejado de ser única y exclusiva, estas cualidades deben ser misteriosamente trasnferidas al objeto de arte, a la cosa.

La mayoría de la población da por supuesto que los museos están llenos de sagradas reliquias, creen que esas obras maestras originales pertenecen a la reserva de los ricos (tanto material como espiritualmente).

En la era de la reproducción pictórica, la significación de los cuadros ya no está ligada a ellos; su significación es transmisible, se convierte en información de cierto tipo, y la información no comporta ninguna autoridad especial. Cuando un cuadro se destina al uso ,su significación se modifica o cambia totalmente.
 Cuando una cámara de cine reproduce una pintura, ésta se convierte inevitablemente en material para el argumento del realizador.
  El modo en que una imagen sigue a otra en un filme, construye un argumento que resulta irreversible.
 En cambio, todos los elementos de un cuadro se ven simultáneamente. El espectador puede necesitar cierto tiempo para examinarlos. La simultaneidad de la pintura toda está allí para refutarla o corroborarla. El cuadro conserva una autoridad propia.

En este ensayo, cada imagen reproducida ha pasado a formar parte de un argumento que poco o nada tiene que ver con la significación inicial e independiente de cada cuadro.

La significación de una imagen cambia en función de lo que uno ve a su lado o inmediatamente después. La autoridad que conserve se distribuye por todo el contexto en que aparece.

La mayor parte de las reproducciones de obras de arte se siguen utilizando para crear la ilusion de que nada ha cambiado, y justifica muchas otras formas de autorida, de que el arte hace que la desigualdad parezca noble, y las jerarquías conmovedoras. [...] glorificar el actual sistema nacional y sus prioridades.

Cuando se deje de mirar nostálgicamente el arte del pasado, sus obras dejarán de ser reliquias sagradas.

 Los cuadros originales son silenciosos e inmóviles en un sentido en el que la información nunca lo es. En el original, el silencio y la quietud impregnan el material real, la pintura, en el que es posible seguir el rastro de los gestos inmediatos del pintor. Esto acerca en el tiempo el acto de pintar el cuadro y nuestro acto de mirarlo. En este sentido concreto, todos los cuadros son contemporáneos. Su momento histórico está ante nuestros ojos.

¿A quién pertenece propiamente la significación del arte del pasado? ¿A los que pueden aplicarle sus propias vidas, o a una jerarquía cultural de especialistas en reliquias?

 




sábado, 22 de octubre de 2016

El episodio de Fuente

La exposición de los Independientes de 1917.



Con 2,125 obras de arte a cargo de 1,200 artistas, fue la mayor exposición de arte jamás organizada en Norteamérica: más de tres kilómetros de arte.
 A pesar de que corrió el rumor de que Duchamp iba a mandar un lieno cubista titulado Tulip Hysteria Coordinating, ninguna obra con ese título llegó a figurar jamás ni en la exposición, ni en su catálogo. En realidad, Duchamp no aparece como participante de los Independientes de 1917, y sin embargo, fue responsable de la pieza más escandalosa de la muestra: una obra que nunca llegó a los ojos del público.
 Walter Arensberg, Joseph Stella y Marcel Duchamp habían ido a comprar el artículo en cuestión aproximadamente una semana antes de la inauguración de la exposición, tras una animada conversación de sobremesa. Así pues, se encaminaron juntos hacia el local de exposición que J. L. Mott Iron Works, un fabricante de sanitarios, tenía en el 118 de la Quinta Avenida, y Duchamp eligió y adquirió un urinario de porcelana, modelo Bedforshire, de fondo plano. Marcel se lo llevó a su estudio, lo colocó bocabajo y pintó con grandes letras negras el nombre de R. MUTT, su dirección ficticia de Filadelfia y el título de la obra Fountain (Fuente) .

El episodio del rechazo de Fuente y del consiguiente alboroto que causó han pasado a formar parte de la historia del arte fundamentalmente gracias al testimonio de Beatrice Wood. De acuerdo con su versión, un buen día entró en uno de los almacenes de la exposición y se encontró con Walter Arensberg y George Bellows enzarzados en una discusión subida de tono, con aquel "objeto blanco reluciente" colocado en el suelo entre los dos.

- No podemos exponerlo - insistía Bellows acalorado, al tiempo que sacaba un pañuelo y se secaba la frente.
- Tampoco podemos rechazarlo. Ha pagado la cuota de admisión - repuso Walter, sin perder los estribos.
- ¡Es una indecencia! - exclamó Bellows a gritos.
- Eso depende del punto de vista - puntualizó Walter, reprimiendo una sonrisa.
- Lo deben de haber mandado para gastarnos una broma. Lo firma un tal R. Mutt y me huele a chamusquina - refunfuñó Bellows contrariado.

 Walter se acercó al objeto en cuestión y acarició su superficie reluciente.
 - Revela una forma hermosa, liberada de su utilidad funcional - aclaró Walter, con la dignidad del catedrático que habla ante los miembros de Harvard-, por consiguiente, esta persona ha realizado una clara contribución estética.
... Bellows retrocedió unos pasos y avanzó de nuevo enfurecido, como si quisiera llevárselo por delante.
- No podemos exponerlo y se acabó.
- Pero si de eso se trata precisamente esta exposición - le explicó Walter, cogiéndole amablemente del brazo. Es una oportunidad que permite al artista enviar lo que se le antoje, que sea el artista y nadie más quien decida qué es arte.
- ¿Estás insinuando - replicó Bellows, desasiendo el brazo - que si alguien nos mandara boñigas de caballo pegadas a un lienzo tendríamos que aceptarlo?
- Me temo que sí - asintió Walter, con el tono triste del sepulturero.

 El asunto no quedó resuelto hasta aproximadamente una hora antes de la inauguración restringida del 9 de abril, cuando, tras la reunión de diez miembros de la junta directiva de la sociedad, "los defensores de Mr. Mutt perdieron por un estrecho margen de votos", según un artículo del NewYork Herald. En sus declaraciones a la prensa, William Glackens, presidente de la junta, hizo público el inveterado clamor de la retaguardia artística ante los ataques. Aquel objeto, dijo, "no era, por definición, una obra de arte". A modo de protesta, Duchamp y Arensberg dimitieron de inmediato de la junta.
 Lo que ocurrió en realidad con la Fuente, que desaparecería para siempre poco después de la inauguración de la exposición, es algo que habría que desentrañar entre el amasijo de explicaciones erróneas aparecidas en la prensa y de declaraciones contradictorias de varios participantes, incluido Duchamp. ¿Es cierto que Walter Arensberg fue a recuperar el urinario, que había ocultado detrás de un tabique, y montó un gran espectáculo al comprarlo y salir triunfante del Grand Central Palace con la pieza en cuestión a cuestas, tal como aseguró Duchamp en una ocasión? Dado que la Fuente no llegó nunca a figurar como parte de la colección Arensberg, y teniendo en cuenta que nadie lo vio jamás en su apartamento, cabe tachar la explicación de apócrifa con casi total seguridad. ¿Acaso fue Glackens quien "solucionó" el problema, levantando a pulso el "orinal" por encima de su cabeza, para luego soltarlo y dejar que se estrellara contra el selo de la sala, según ha escrito su hijo, Ira Glackens?
 Sabemos que el episodio no ocurrió así, puesto que el urinario apareció una semana más tarde en la galería 291 de Alfred Stieglitz. Duchamp se encargó de llevarlo allí personalmente y Beatrice Wood nos aclara el porqué. "A petición de Marcel, [Stieglitz] accedió a fotografiar la Fuente... La idea le divertía muchísimo y, además, consideraba que era importante luchar contra la intolerancia en Norteamérica.



Duchamp adujo que el trance por el que había hecho pasar a la sociedad de "sin jurado" habría sido más embarazoso si la gente hubiera llegado a sospechar que el desafío procedía de uno de sus directores. Explicó que el nombre de "R. Mutt" era una variación sobre Mott, con ecos de la tira humorística de "Mutt and Jeff", y que la "R." atendía a Richard, que en el argot francés significaba "monedero". La implicación de Duchamp en el asunto permaneció en secreto durante varios meses.

 Es obvio que Duchamp, Arensberg y Stella maquinaron todo aquello como una provocación deliberada. Debían de haberse imaginado, ya que algo como un urinario, que ni siquiera podía mencionarse en un periódico familiar, iba a resultar inaceptable ante los ojos de los directores de la sociedad. Pero ¿por qué iban a querer molestar y poner en un aprieto a un grupo de artistas que ellos mismos habían ayudado a crear? Quizás consideraban que la facción Bellows-Glackens se tomaba demasiado en serio.

(The Blind Man, editorial)




















EL CASO RICHARD MUTT

 Dicen que cualquier artista que pague seis dólares puede exponer.
 El señor Richard Mutt envió una fuente. Sin mediar discusión, este artículo desapareció y nunca llegó a exponerse.
 He aquí los motivos para el rechazo de la fuente del señor Mutt:
  1. Unos adujeron que era inmoral, vulgar.
  2. Otros que era un plagio, una mera pieza de fontanería.
 Ahora bien, la fuente del señor Mutt no es inmoral, sería absurdo, cuando menos no más inmoral que una bañera. Es una pieza de mobiliario que vemos todos los días en los escaparates de los fontaneros.
 El hecho de que el señor Mutt realizara o no la fuente con sus propias manos carece de importancia. La ELIGIÓ. Cogió un artículo de la vida cotidiana y lo presentó de tal modo que su significado utilitario desapareció bajo un título y un punto de vista nuevos. Creó un pensamiento nuevo para ese objeto.
 En cuanto a lo de la fontanería, es absurdo. Las únicas obras de arte que Norteamérica ha producido son la fontanería y los puentes.

La Caja de 1914 de Duchamp contiene una críptica nota que dice: "No se tiene más que por hembra el urinario público y de eso vivimos. El urinario, un objeto con atributos femeninos que sirve de receptáculo a los fluidos masculinos, se convierte así (y de una manera más provocativa que el Retrato de la Princesa Bonaparte de Brancusi) en símbolo de la comedia sexual que subyace en toda la obra de madurez de Duchamp."

[...] Así pues, la Fuente original no volvió a aparecer jamás y parece probable que corrió la misma suerte que la primera Rueda de Bicicleta o que el Porte-bouteilles (Portabotellas): ir a parar a la basura.



Extracciones de Duchamp, por Calvin Tomkins (1)

[...] Una de sus teorías favoritas era que el artista realizaba únicamente una parte del proceso creativo, y que la tarea del espectador consistía en completar ese proceso mediante la interpretación de la obra y la evaluación de su valor. En otras palabras, que el espectador tenía tanta importancia como el artista pues, al fin y al cabo, es la participación de ese espectador lo único que posibilita que la novia de Duchamp se quede desnuda.

[...] "Creo que el arte es la única forma de actividad en que el hombre se revela como verdadero individuo [...] Únicamente en el arte es capaz de trascender su estado animal, porque el arte es una vía hacia territorios que no están gobernados por el espacio y el tiempo."

[...] El Vidrio, junto con los ready-mades [...] constituye un referente primordial que define el arte sobre todo como un acto mental en menoscabo de lo visual.

[...] Solía decir que había alcanzado un punto en su carrera en que se había quedado sin ideas y que no quería repetirse.

Respondía a pregunas en un estilo relajado, ingenioso y sumamente digno de citarse, lograba que nadie se sintiera falto de inteligencia.

"Betê comme une peintre" (tonto como un pintor) era un dicho muy corriente en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX, y además era cierto. La clase de pintor que se limita a reflejar lo que ve es un estúpido.

(Sobre el Retrato de jugadores de ajedrez) Sus jugadores de ajedrez no están meramente jugando al ajedrez, sino pensando en el ajedrez. [...] Por primera vez se nos ofrece una visión clara de un deseo cada vez más intenso en Duchamp, el de colocar al pintura "al servicio del pensamiento".

Al obligar al arte a estar a la altura de los acelerados cambios de un mundo transformado por los descubrimientos científicos y tecnológicos, se le estaba forzando a ser más inteligente.

"En poesía, las palabras recuperan su verdadero significado y su sitio" decía.

(1946) "Mi meta era una representación estática del movimiento, una composición estática que sugiriese diversas posiciones que va adoptando una forma en movimiento, sin tratar por ello de conseguir efectos cinematográficos a través de la pintura. La reproducción de una cabeza en movimiento a un mero trazo desnudo me parecía defendible. Una forma atravezando el espacio cruzaría una línea, y al avanzar, la línea recién cruzada se vería reemplazada por otra... y otra y otra. Por consiguiente, me parecía más justificable reducir una figura en movimiento a una línea que a un esqueleto. Reducir, reducir y reducir, ése era mi propósito... pero, al mismo tiempo, mi intención era centrarme en lo íntimo, más que en el aspecto externo. Y, más tarde, siguiendo en esta línea, llegué a pensar que un artista podía utilizar cualquier cosa - un punto, una línea, el símbolo más convencional o el menos convencional- para decir lo que pretendía decir."
 Todo esto suena muy parecido a los fundamentos lógicos para la abstracción total.
 (Era sobre Desnudo bajando una escalera)
 En cualquier caso, el erotismo se imponía por el título, que Duchamp había pintado en mayúsculas sobre el mismísimo lienzo. Así pues, la carga erótica, al igual que la sensación de movimiento, no estaba en la retina del espectador, sino en su pensamiento.



"El artista tendría que estar solo... Cada cual consigo mismo, como en un naufragio"

Duchamp mostraba una total indiferencia ante la cuestión de la "pura" abstracción, que estaba a punto de convertirse en una de las cuestiones definitorias del arte del siglo XX. Duchamp no veía la necesidad de pronunciarse a favor o en contra de la abstracción, puesto que para él no era sino una herramienta más que utilizar, pero nunca en exclusiva.

Duchamp confesó que comunicarse con el público le importaba "un pito". Nunca mostró ningún interes por encontrar un gran público para su obra, ni entonces ni más adelante.
 Podría decirse que los ulteriores internos de Duchamp por desmitificar el arte y derribarlo de su pedestal, por negar la categoría moral superior que tantos artistas se atribuían y por subrayar el papel del espectador como parte esencial del proceso creativo no eran sino maniobras en esa dirección antielitista [...]

(Filósofo griego) [...] El que más decía interesarle era Pirrón de Elis (ca. 365-275 a.C.), un pensador poco conocido, cuyas enseñanzas en aquella época parecieron reforzar algunas ideas que habían empezado a arraigar ya en la mente de Duchamp. Pirrón negaba la existencia de absolutos, poniendo así en tela de juicio la teoría de Platón de las formas ideales.
 En ciertos aspectos, el pensamiento de Pirrón se acercaba mucho a los principios fundamentales del budismo zen. Pirrón tuvo una importancia algo más que pasajera para Duchamp, que empezó por esa época a hacer referencias en sus notas a "la belleza de la indiferencia".

(A partir de 1912)
No fueron sólo los métodos tradicionales o los materiales lo que desaparecieron sin más de sus planteamientos, sino también la idea de la sensibilidad del artista como principio guía de la creación, que se vieron reemplazados por el dibujo mecánico, los apuntes escritos, el espíritu de la ironía, los experimentos con el azar como sustituto del control consciente del artista.
[...] a partir de Munich, la obra de Duchamp empezó a basarse en un sistema oculto de símbolos alquímicos.

El interés de Duchamp por plasmar en pintura el movimiento físico había dado paso a una preocupación por otro tipo de movimiento: el de la transición de un estado psicológico o mental a otro. Ése había sido el tema de su pintura de Munich El tránsito de la virgen a la novia.


 "¿Se pueden hacer obras que no sean obras de "arte"?, se preguntaba Duchamp en una nota de 1913 que incluyó en su Caja verde. Se trata de una pregunta capciosa, que implica que cualquier cosa hecha por el hombre, desde las hachas de sílex hasta los saxofones, requiere los mismos atributos mentales (disciplina, talento, intención y demás) que se invierten en la creación de una obra de arte estética. Al permitir que el dibujo mecánico ocupara el lugar de "la patte", Duchamp había logrado dar con la manera de acabar con el factor talento y, hacia finales de 1913, consiguió neutralizar la intención consciente mediante el uzo del azar.
 Con la paciencia metódica del cientifico, cortó un segmento de hilo de coser blanco de exactamente un metro de longitud, lo sostuvo, tensado al máximo, a un metro de distancia por encima de un lienzo rectangular, y lo dejó caer. Repitió la misma operación con otros dos hilos, dejando que cada uno cayera "serpenteando a su antojo" sobre lienzos distintos, para luego proceder a pegarlos con cuidado con gotas de barniz respetando la forma que habían adoptado. 
 El resultado fue Trois stoppages élaton, en los que, como dijera Duchamp, "descubrí el principio de mi futuro".


 ...


"Nueva York ya es una obra de arte de por sí, una obra de arte consumada... Y la idea de demoler edificios antiguos, viejos recuerdos, me parece bien... No habría que permitir que los muertos tuvieran tanta mayor fuerza que los vivos. Tenemos que aprender a olvidar el pasado, a vivir nuestras propias vidas en nuestro propio tiempo".


(Sobre el cubismo)
"Creo que el arte no debería tener nada en común con teorías establecidas que le son ajenas. Eso recuerda demasiado a la propaganda".

(Sobre guerra)
 "El instinto que lleva a los hombres a salir a matar a otros merece un examen atento. ¡Qué absurda concepción del patriotismo! Personalmente, debo decir que admiro la actitud de combatir la invasión de brazos cruzados"


A diferencia de la mayoría de los franceses (y norteamericanos) de su generación, no creía en la superioridad natural de los hombres (como género).

"En París, en Europa, todos los jóvenes, sean de la generación que sean, actúan siempre como nietos de un puñado de grandes hombres [...] No lo pueden evitar. Aunque no crean en ello, lo llevan metido dentro, de modo que cuando consiguen producir algo propio, hay una suerte de tradicionalismo que es indestructible."
Creía firmemente que las doctrinas formales que algunos artistas habían construído en torno al cubismo resultaban tan aniquiladoras como las que había establecido la Académie des Beaux-Arts. Desde Munich, su mayor ambición era inventar un nuevo medio de expresión que no tuviera nada que ver con la pintura "retiniana", las teorías cubistas o con cualquier otro método aceptado de producir arte.

Además de ser el primer ready-made norteamericano, la pala quitanieves supone la realización consciente y plena de la idea del ready-made que le había estado rondando por la cabeza durante dos años. Se trataba de un objeto manufacturado, de producción en serie, carente de toda cualidad estética, elegido en función de la "indiferencia visual, y al mismo tiempo, de total ausencia de buen o mal gusto".
[...] De hecho, únicamente otorgándole un título y la firma del artista podía alcanzar la singula y eternamente provocativa condición de ready-made: una obra de arte creada no ya por obra de la mano o la habilidad del artista, sino por su cerebro y voluntad.

Los ready-mades eran su antídoto frente al arte retiniano, porque "lo planteaban el interrogante: ¿qué es el arte?, e insinuaban la inquietante respuesta de que podía ser cualquier cosa: de hecho, un ready-made no era más que "una forma de negar la posibilidad de definir el arte".

Duchamp sabía perfectamente que había una contradicción en todo esto. En efecto, al elegir un objeto concreto frente a cualquier otro estaba ya ejerciendo su gusto, por mucho que intentara evitarlo, y puede decirse que cada uno de los ready-mades es un reflejo de Duchamp en su ambigüedad irónica, humorística y calladamente malévola. En cualquier caso, la mismísima concepción que Duchamp tenía de los ready-mades iba cambiando ya que, como solía decir, nunca logró dar con una definición que lo satisficiera totalmente. "Mi intención fue siempre alejarme de mí mismo", decía, "aunque sabía perfectamente que me estaba utilizando. Llámalo un jueguecillo entre "mí" y "yo".

El Salón Arensberg

"Que el señor Mutt hiciera o no la fuente con sus propias manos carece de importancia. La ELIGIÓ. Cogió un artículo de la vida cotidiana y lo colocó de modo que su significado utilitario desapareciera gracias a un artículo y aun punto de vista nuevos: creó un pensamiento nuevo para ese objeto".



martes, 13 de noviembre de 2012

NO ME PARECE NI BIEN NI MAL







Yo creo que a veces nos contemplan
por delante por detrás por los costados
unos ojos rencorosos de gallina
más temibles que el agua podrida de las grutas
incestuosos como los ojos de la madre
que murió en el patíbulo
pegajoso como un coito
como la gelatina que tragan los buitres.


Yo creo que he de morir
con las manos hundidas en el lodo de los caminos.

Yo creo que si me naciese un hijo
se quedaría mirando eternamente
las bestias que copulan en los atardeceres.

Luis Buñuel

AL METERNOS EN EL LECHO




Los restos de la estrella que quedaron entre tus cabellos
Crujían como cáscara de cacahuate
la estrella cuya luz descubriste
hace ya un millón de años
en el instante mismo en que nacía un diminuto niño chino.

«LOS CHINOS SON LOS ÚNICOS QUE NO TEMEN
[A] LOS FANTASMAS
QUE TODAS LAS NOCHES A LAS DOCE NOS SALEN DE LA PIEL.»

Es lástima que la estrella
no supiera fecundar tus senos
y que el pájaro de la lámpara de aceite
la picotease como a una cáscara de cacahuate
tus miradas y las mías dejaron en tu vientre
un signo futuro y luminoso de multiplicación.

Luis Buñuel

lunes, 13 de julio de 2009

Una traición incalificable



Hacía ya un año que trabajaba en mi obra, en mi gran obra. Todos los días invertía cinco, seis, diez horas en este trabajo-cumbre que ya se disputaban las mejores revistas literarias del mundo. Los muebles, el parquet y los libros de mi cuarto se complacían al verme trabajar en esta obra genial.
Apenas sentado, agrupábanse a mi alrededor la mesa, la librería y la cama, que chirriaban satisfechos. La librería sobre todo, se aproximaba más, de puntillas, y arqueaba sus lomos de libros en actitud expectante. Una araña que trabajaba en una gran casa en construcción de un ángulo, se deslizaba siempre por la polea de su andamio y asentía con las patas.
Mi único enemigo, incitante y bronquista, era el viento. Casi todas las noches, antes de entrar en mi cuarto, le dejaba silbando alegremente entrelazado por los cables de la calle o entreteniéndose en jugar con los papeles que pastaban por el empedrado. Pero apenas me desvestía, y la butaca complaciente sacudías el polvo, abriendo sus cordiales brazos para recibirme, comenzaba a dar violentos golpes en el lomo de la ventana, queriendo colarse por algún resquicio o intentando abrirla por fuerza; pero mi ventana entrecruzaba bien sus dos nervudos y únicos dedos, se mofaba del viento. Éste, para vengarse, zarandeaba con ímpetu salvaje las paredes, silbando estrepitosamente, y arrojaba puñados de polvo y piedras contra la vidriera. Mas yo, a pesar de todo, me mantenía ecuánime, y seguía trabajando.
Una noche, por fin, me juró, que si le dejaba entrar, para apreciar mi obra, no volvería a molestarme, antes al contrario, me traería toda clase de perfumes y músicas y arrullaría mi gran trabajo.
Engolosinado por esta proposición, y además, forzoso es confesarlo, por ese algo de legítimo orgullo de que tan importante personaje se interesase por mi obra, me dispuse a acceder. El viento, aullando de la alegría, arrancó dos árboles, dio un giro de 45º a algunas casas y repiqueteó todas las campanas de la ciudad en un bandeo triunfal. No contento con esto, alardeó de nigromante. A tres curas que se deslizaban por la calle los transformó en otros tantos paraguas invertidos; hizo de las calles y de las casas Himalayas envueltos en sus nubes, y en las mesas de los cafés brotaron a su conjuro trapos, papeles, pajas, y otros objetos de Gran Bisutería del Basurero.
Por fin me decidí a recibirle, considerando su interés en agradecerme, y abrí la ventana.
El viento, grotesco se precipitó por los bordes y husmeó inquietamente por todas partes. Donde causó un verdadero terror fue en el cesto de los papeles; reposaban tranquilamente, mas al advertir la presencia del monstruo, asustados, enloquecidos, cabriolaron unos encima de otros, se arremolinaron y huyeron en todas direcciones hasta cobijarse en el cubo debajo del armario; porque el viento es el gato de los papeles.
Francamente: quedé amoscado ante su informalidad y poco interés demostrado en hojear mi obra, por lo cual le amonesté severamente. Entonces, fingiendo mucha atención, revistó las miles de cuartillas, haciéndolas sonar como un prestigiador la baraja; mas de pronto, de un solo manotazo, las lanzó al espacio por la estupefacta ventana que abría su gran boca de asombro, y se lanzó él detrás.
Quedé aterrado, insensible, desencuadernado para siempre. Se había llevado mi obra, mi definitiva obra, que volaba convertida en gaviotas por el horizonte.
Juré vengarme sin tardanza. Pronto di en el modo. Cuando le vi dormir en el tejado, donde botezaban las chimeneas, también adormiladas por su ronquido, puse otra ventana apenas ajustaba, que se desquiciaba por instantes. Y cayó en la red.
Como siempre, al despertarse se lanzó contra ella, pero se encontró apresado, vencido, derrotado por las hendiduras.
Hace años que gime tristemente y pide su libertad. Yo, inflexible, allí le tendré esposado con los resquicios de la ventana, siempre cerrada y siempre segura de sí misma. No se juega conmigo.

-Luis Buñuel



miércoles, 29 de abril de 2009

LUCILLE Y SUS TRES PECES

Cada mes de abril, tres peces rojos, tres peces japoneses cruzaban y se descruzábanse en silenciosas espirales sobre la dulce faz de Lucille. En su discreta frente hasta entonces sin nubes ni cometas locos, habían quedado impresas tres suaves ondas.

  Un buen día, al llegar la última primavera desapareció uno de los peces, aquel a quien Lucille bautizó con el nombre de Tejedor de ensueños.

  Y al llegar el otoño, desapareció el segundo pez japonés, aquel Punzón de ondas como le habíamos llamado entre sonrisas corteses los amigos.

  La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de planta: porque el pez tercero, el Ovillador silencioso de deseos, tampoco estaba… ALLÍ.

  Cuando Lucille con su boquita pintada de corazón dice «ALLÍ» entornando deliciosamente su ojo izquierdo por el derecho, como por una pecera, atraviesa sonámbula la sombra del tercer pez japonés, la del Ovillador silencioso de deseos.

 A mil metros de altura cruzó la luz fantasmal de un tranvía herido acosado de delfines, asaeteado por millones de dentaduras blanquísimas.

 Llovía. Llovía. Llovía. Llovía.

  Por todas partes entre grietas de agua y resplandores glaucos acechaban unos ojos grises de mirar metálico, con ferocidad de escualo, los ojos de todos los habitantes de la ciudad, todo ojos, todo ferocidad.

  Mis diez dedos no tenían hueso y mis ojos, también mis ojos me acechaban de lejos, más grandes que nunca, grises para siempre, con la ferocidad de los demás ojos.

  Junto a mí pasó flotando mi novia ahogada impulsada por el temblor de su velo nupcial, medusa de amor y muerte.

  Llovía. Llovía. Llovía. Llovía.

  En el reloj de la catedral dieron las doce burbujas de la noche.

  Llovía.

 

Luis Buñuel.